10/07/2011

Soledad

El eterno invierno secaba los árboles, haciendo que sus hojas caigan suavemente, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Así, finalmente llegaban al fin de su recorrido, cayendo al pasto, sin vida, donde algún pie las rompería o alguna niña las tomaría para su colección.


Ahí estaba yo, sentada en la plaza, donde podía pasar un rato sola con mis pensamientos, ya que los otros no tendrían ni tiempo ni ganas para venir a este lugar helado teniendo la posibilidad de ir a una casa con calefacción, dos adorables padres y una taza de café. Cosa que yo no quería hacer, no porque no tuviese casa, calefacción, padres o tazas de café, era el simple deseo de no hacerlo.

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