Respira. Mueve una mano impacientemente. Vacila y por fin lo hace. Repentinamente cae, se desploma junto al cadáver y comienza el llanto. Lo abraza, se aferra a él como protegiéndolo, arrepentida, pero ya es tarde.
Sonrío. Aplaudo dos, tres veces. Me mira con los ojos grandes y húmedos.
“Viste? No era tan difícil. Ya te vas a ir acostumbrando…” digo.
Mira al cuerpo, después a mi y me escupe. Me limpio la cara, río. Tomo el arma y disparo.
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